domingo, 10 de junio de 2012

Dolores y Esperanza


            Ha pasado suficiente tiempo como para que me vea con fuerza para expresar lo que sentí-en dos ocasiones tan iguales y distintas a la vez- y no sentirme tan frustrada e incompetente. Ahora me dispongo a relatar los hechos, más para mí que para quien lo pueda leer, para recordarme siempre que las personas somos tan fuertes como vulnerables y que, hasta los más duros, lloran.

            Primero voy a poneros (y a re-ponerme) en la situación. Estudio enfermería, y este mes de mayo he estado haciendo prácticas en el Hospital, en el área de Neumología. Allí, hemos tenido pacientes de todo tipo, EPOC, asmáticos, alguna sospecha de tuberculosis, neumonías, insuficiencias respiratorias…y “masa estudio”. “Masa estudio” es la forma en la que se dice “sí, te hemos encontrado algo raro, raro, raro en el pulmón, con alta probabilidad de que sea cáncer, y vamos a putearte durante semanas-mientras tú aun te encuentras bien- haciéndote una batería de pruebas que te van a dejar hecho un pajarito para descartar opciones”.

            A mitad de mi periodo de prácticas ingresó una mujer, joven, que practicaba deporte, vegetariana y no fumadora. Era (y es, supongo) una persona bastante activa, muy agradable, muy sonriente y bastante hippie, por aquí voy a llamarla Esperanza. El día de su ingreso la recuerdo asustada, pero fuerte. De hecho, se puso a llorar cuando fui a cambiarle la vía y escondió su temor aludiendo a mi condición de estudiante. Estuve hablando con ella un rato y me contó que llevaba una vida “más bien naturista” ya que muchos familiares habían muerto de cáncer-su padre y sus dos hermanos mayores-, y ella se lo notaba en los genes. 
        Al día siguiente, cuando volví al hospital escuché a su médico decirle a una de las enfermeras su diagnóstico y el pronóstico (es lo bueno de ser estudiante, eres tan transparente como un fantasma, y aunque esas cosas sean más bien privadas, te enteras, porque ni te ven). Personalmente creo que el diagnóstico era una putada y de las gordas, era un tumor muy extendido e inoperable. Le iban a seguir haciendo pruebas, por descartar, pero lo tenían claro. 
             Ahí quedó el asunto, más en anécdota que en otra cosa, hasta que a los dos días me tocó de nuevo el pasillo en el que ella estaba y volví a entrar en la habitación de Espe -a quitarle un gotero- y le pregunté que cómo se encontraba. Ahí va todo el grueso del asunto y lo que es la historia en sí. La mujer rompió a llorar, simplemente porque no había entendido lo que su médica le había dicho. Me miró con los ojos vidriosos y con la voz quebrada me preguntó “¿eso quiere decir que me voy a morir?”. ¿Y qué respondes ante tal pregunta? ¿Qué respondes cuando sabes de sobra que no va a vivir mucho tiempo? Estuve bastante rato con ella, hasta que vino visita.

            En aquel momento me hice muchas preguntas, ¿de qué torpe manera le habían dicho que se iba a morir, que no la entendió?¿qué le dijeron?¿cómo se lo dijeron?¿quién fue?¿por qué luego la dejaron totalmente sola, dándole vueltas a la cabeza, sin saber si quiera que es lo que tenía? La mujer era un mar de dudas, ni siquiera había comprendido que es lo que tenía. Ella estaba bien,  no se notaba apenas nada, sólo le costaba hablar y se embotaba, nada más. Y se preguntaba que por qué ella, que lo había hecho todo bien para evitar esa situación. A ese por qué si que no supe responderle y aun hoy le doy vueltas a la cabeza en busca de una respuesta.                                          
            Después de aquello pasé unos días algo malos, en los que no entendía nada. Me replanteé muchas cosas, cosas sobre el sistema, sobre las personas, sobre la vida y sobre la forma de vivirla. Ella siguió, con su risa, sus ritos, sus piedras zen y sus hierbas mágicas –que le traían sus amigos, por si la medicina no iba bien-, y no volvió a llorar en todo el tiempo que pude verla (bueno, ambas lloramos el día en que me fui ya que fue una despedida bastante emotiva). Esperanza encontró el clavo al que agarrarse y sacó fuerzas, de esas que aun tenía, para asegurarse de que iba a vivir bien el tiempo que le quedase de vida.

            Ahora viene la segunda parte de la historia. A la vez que Esperanza ingresó otra persona, también mujer, algo más mayor y descuidada, la llamaré Dolores. Natural de Latinoamérica, vivía aquí con su marido, su suegro y su hijo pequeño. Tenía una casa recién terminada, y le quedaba apenas nada para jubilarse. He de admitir que al principio no era una paciente agradable. Le molestaban mucho las visitas de su compañera de habitación, así que los echaba, no veía la tele y no tenía una actitud nada abierta, a decir verdad no era una de esas pacientes que llamaban la atención. Y siguió sin llamarme la atención hasta mi último día.

            Estaba a punto de irme, cuando una de las enfermeras me pidió que llevase un tubo de crema a la habitación de Dolores. Iba a dejárselo en la mesilla porque la vi dormida. Supongo que hice algo de ruido, porque despertó y me miró con el ceño fruncido. No tardó mucho en preguntarme si podía hacerme una pregunta, la respuesta obvia es que no tenía por qué preocuparse, que preguntara. “Mira, la doctora me ha dicho algo…pero no la he terminado de entender, me ha dicho que tengo un cáncer, por todo, que me lo va a tratar, pero que no me puede operar, que me lo va a mantener, pero que no sabe cuánto durará, ¿eso es que me lo va  a hacer pequeño? ¿Eso es que me voy a curar pero voy a estar mucho tiempo aquí? ¿Eso es que me voy a morir?”   
         A decir verdad, ya estaba algo familiarizada con el caso, de oírlo comentar entre las compañeras durante los relevos, pero nunca me había parado a pensar el peso que tienen las palabras de una simple persona con una bata blanca, sobre la vida de cualquier otro.
            Le dije la verdad, y que tratarían de hacer que lo que le quedase de vida tuviese la mejor calidad posible. Me dijo que no tenía miedo a morir, que lo tenía todo hecho en esta vida, como tratando de autoconvencerse: no lo logró, e inmediatamente después, como una niña, se metió bajo la sábana y empezó a llorar. Me contó su vida, las cosas que le habían pasado, lo que había hecho, lo que había luchado (doy fé de que ha sido una persona valiente). Me contó que era la cuarta-“y última”- vez que tenía un cáncer. Que no tenía familia en España más que sus hijos y su marido…que no tenía a quien llamar porque estaban trabajando y ella estaba ahí…sola, sin nadie que la visitara, sin nadie que le hablase, sin nadie que se preocupase por sus ganas de llorar.    Me contó tantas cosas…y tantas cosas que tenía aun por hacer…

            Dolores se sentía sola y en todo el tiempo que estuvimos ahí no supimos suplir su falta. Hay quien diría que por incompetencia del sistema, yo creo que fue incompetencia nuestra, que la veíamos día a día y no veíamos sus necesidades, sino que achacábamos su comportamiento a un carácter fuerte.
         
          Muchas otras cosas sucedieron en esa habitación con las que no estoy de acuerdo-con el comportamiento de otros profesionales, quiero decir- y más tarde descubrí que ambas mujeres tenían la misma Doctora. Me gustaría saber cómo mierda da las noticias esa mujer, y cómo carajo se explica tan mal que dos de sus pacientes han preferido preguntarle a una estudiante de mierda de enfermería, a volverle a preguntar a ella. No lo entiendo.

            La verdad es que desde que pasó todo eso…veo las cosas con una perspectiva diferente, entiendo los errores que hice al juzgar a una paciente por su comportamiento, sin buscarle si quiera un porqué. Recuerdo a muchos pacientes con cariño, pero de ellas dos no me voy a olvidar, de sus voces quebradas, de su corazón roto, de sus sensaciones de haber sido olvidadas. De la manera de afrontarlo de una y de la búsqueda en el afrontamiento de la otra. Muchas noches pienso en ellas y veo que cualquier día podríamos estar en su pellejo. Se me ponen los pelos de punta el pensar que se puede matar a una persona que aun está viva, diciéndole el tiempo de vida aproximado que le queda. No sé ni qué pensar con respecto a todo esto… ni si quiera sé qué opinar porque a cada segundo cambio mi forma de pensar. Espero, que allá donde estén estén bien, espero que Esperanza no haya perdido su fuerza, y que Dolores la haya encontrado en alguna parte, aunque, para qué mentir, lo que realmente espero sin esperanza cada día es que sigan vivas, enteras y felices. 

lunes, 13 de febrero de 2012

14 de Febrero.

Igual hoy es la única oportunidad que he tenido en años de celebrar este día y a la vez es la única ocasión en años en la que pienso que no es un día especial. La verdad es que no me apetece celebrar que esta historia se marchita antes que las rosas.


Yo pensaba que el amor de verdad era para siempre. Igual me paso de ñoña; Mejor me voy a dormir.

domingo, 29 de enero de 2012

Arenas movedizas

Me llamas, por tercera vez consecutiva y yo me quedo inmóvil mirando el teléfono, de nuevo, sin saber qué hacer. No quiero volver a hablar contigo, al menos no hoy. En los dos tonos que tengo de espacio para responder sopeso los pros y los contras de coger el teléfono. ¿Pros? No te enfadarás. ¿Contras? Yo me enfadaré y me volverás a parecer absurdo.

Y sin embargo no entiendes las indirectas y te dedicas a no dejar que te saque ni un poquito de mi vida. Quizá necesito echarte un poquito de menos.

El teléfono sigue sonando y me pierdo en su música, como si de alguna manera ella fuera a sacarme un poquito de la realidad. Quizás puedo inventar alguna excusa para no contestar; sé que volverás a llamar.

¿Por qué no puede ser todo como era al principio? Tan fácil, tan sencillo, tan resplandeciente… tan tú por un lado y yo por el otro, cuando aún no había un nosotros, cuando a mí me gustaba que así lo fuera, cuando sabíamos que se iba a acabar. ¿Por qué decidimos no dejar que la historia tuviera su final?

El teléfono deja de sonar y siento un fuerte alivio. Ahora creo que debería haberlo cogido. Supongo que estarás enfadado, supongo que querrías volver a planearlo todo con puntos y comas, con todo detalle, como hemos planeado hace menos de una hora. Supongo que querrías revisar uno a uno los puntos que acabamos de acordar justo antes de que te fueras de mi habitación, como siempre.

El aparato vibra sobre la mesa y yo pego un bote con él. Recibo tu mensaje, un escueto “Llámame”. Dejo pasar un rato, dejo pasar mi propio enfado. No has hecho nada y lo sé, sólo estás siendo como eres, solo que ahora me molestan tus hábitos, tus formas, tus palabras, tus caricias. No sé por qué me molestan y no me dejas tiempo para averiguarlo.

Ya ha pasado un rato y creo que tengo fuerzas para llamarte yo. No he acabado de marcar cuando ya me llamas de nuevo. Enfadada tiro el móvil contra la cama. ¿Tiene que ser siempre todo a tu ritmo?


Hemos construido una fortaleza sobre arenas movedizas, ahora nos toca esperar a que se derrumbe sola.