Ha pasado suficiente tiempo como
para que me vea con fuerza para expresar lo que sentí-en dos ocasiones tan iguales
y distintas a la vez- y no sentirme tan frustrada e incompetente. Ahora me
dispongo a relatar los hechos, más para mí que para quien lo pueda leer, para
recordarme siempre que las personas somos tan fuertes como vulnerables y que,
hasta los más duros, lloran.
Primero voy a poneros (y a
re-ponerme) en la situación. Estudio enfermería, y este mes de mayo he estado
haciendo prácticas en el Hospital, en el área de Neumología. Allí, hemos tenido
pacientes de todo tipo, EPOC, asmáticos, alguna sospecha de tuberculosis,
neumonías, insuficiencias respiratorias…y “masa estudio”. “Masa estudio” es la
forma en la que se dice “sí, te hemos encontrado algo raro, raro, raro en el
pulmón, con alta probabilidad de que sea cáncer, y vamos a putearte durante
semanas-mientras tú aun te encuentras bien- haciéndote una batería de pruebas
que te van a dejar hecho un pajarito para descartar opciones”.
A mitad de mi periodo de prácticas
ingresó una mujer, joven, que practicaba deporte, vegetariana y no fumadora.
Era (y es, supongo) una persona bastante activa, muy agradable, muy sonriente y
bastante hippie, por aquí voy a llamarla Esperanza. El día de su ingreso la
recuerdo asustada, pero fuerte. De hecho, se puso a llorar cuando fui a
cambiarle la vía y escondió su temor aludiendo a mi condición de estudiante.
Estuve hablando con ella un rato y me contó que llevaba una vida “más bien naturista” ya que muchos
familiares habían muerto de cáncer-su padre y sus dos hermanos mayores-, y ella
se lo notaba en los genes.
Al día siguiente, cuando volví al
hospital escuché a su médico decirle a una de las enfermeras su diagnóstico y
el pronóstico (es lo bueno de ser estudiante, eres tan transparente como un
fantasma, y aunque esas cosas sean más bien privadas, te enteras, porque ni te
ven). Personalmente creo que el diagnóstico era una putada y de las gordas, era
un tumor muy extendido e inoperable. Le iban a seguir haciendo pruebas, por
descartar, pero lo tenían claro.
Ahí
quedó el asunto, más en anécdota que en otra cosa, hasta que a los dos días me
tocó de nuevo el pasillo en el que ella estaba y volví a entrar en la habitación
de Espe -a quitarle un gotero- y le pregunté que cómo se encontraba. Ahí va
todo el grueso del asunto y lo que es la historia en sí. La mujer rompió a
llorar, simplemente porque no había entendido lo que su médica le había dicho.
Me miró con los ojos vidriosos y con la voz quebrada me preguntó “¿eso
quiere decir que me voy a morir?”. ¿Y qué respondes ante tal pregunta?
¿Qué respondes cuando sabes de sobra que no va a vivir mucho tiempo? Estuve
bastante rato con ella, hasta que vino visita.
En aquel momento me hice muchas
preguntas, ¿de qué torpe manera le habían dicho que se iba a morir, que no la
entendió?¿qué le dijeron?¿cómo se lo dijeron?¿quién fue?¿por qué luego la
dejaron totalmente sola, dándole vueltas a la cabeza, sin saber si quiera que
es lo que tenía? La mujer era un mar de dudas, ni siquiera había comprendido que
es lo que tenía. Ella estaba bien, no se notaba apenas nada, sólo le costaba hablar
y se embotaba, nada más. Y se preguntaba que por qué ella, que lo había hecho
todo bien para evitar esa situación. A ese por qué si que no supe responderle y
aun hoy le doy vueltas a la cabeza en busca de una respuesta.
Después
de aquello pasé unos días algo malos, en los que no entendía nada. Me replanteé
muchas cosas, cosas sobre el sistema, sobre las personas, sobre la vida y sobre
la forma de vivirla. Ella siguió, con su risa, sus ritos, sus piedras zen y sus
hierbas mágicas –que le traían sus amigos, por si la medicina no iba bien-, y
no volvió a llorar en todo el tiempo que pude verla (bueno, ambas lloramos el
día en que me fui ya que fue una despedida bastante emotiva). Esperanza encontró
el clavo al que agarrarse y sacó fuerzas, de esas que aun tenía, para
asegurarse de que iba a vivir bien el tiempo que le quedase de vida.
Ahora viene la segunda parte de la
historia. A la vez que Esperanza ingresó otra persona, también mujer, algo más
mayor y descuidada, la llamaré Dolores. Natural de Latinoamérica, vivía aquí con
su marido, su suegro y su hijo pequeño. Tenía una casa recién terminada, y le
quedaba apenas nada para jubilarse. He de admitir que al principio no era una
paciente agradable. Le molestaban mucho las visitas de su compañera de
habitación, así que los echaba, no veía la tele y no tenía una actitud nada
abierta, a decir verdad no era una de esas pacientes que llamaban la atención. Y
siguió sin llamarme la atención hasta mi último día.
Estaba a punto de irme, cuando una
de las enfermeras me pidió que llevase un tubo de crema a la habitación de
Dolores. Iba a dejárselo en la mesilla porque la vi dormida. Supongo que hice
algo de ruido, porque despertó y me miró con el ceño fruncido. No tardó mucho
en preguntarme si podía hacerme una pregunta, la respuesta obvia es que no
tenía por qué preocuparse, que preguntara. “Mira,
la doctora me ha dicho algo…pero no la he terminado de entender, me ha dicho
que tengo un cáncer, por todo, que me lo va a tratar, pero que no me puede
operar, que me lo va a mantener, pero que no sabe cuánto durará, ¿eso es que me
lo va a hacer pequeño? ¿Eso es que me
voy a curar pero voy a estar mucho tiempo aquí? ¿Eso es que me voy a morir?”
A decir verdad, ya estaba algo
familiarizada con el caso, de oírlo comentar entre las compañeras durante los
relevos, pero nunca me había parado a pensar el peso que tienen las palabras de
una simple persona con una bata blanca, sobre la vida de cualquier otro.
Le dije la verdad, y que tratarían
de hacer que lo que le quedase de vida tuviese la mejor calidad posible. Me
dijo que no tenía miedo a morir, que lo tenía todo hecho en esta vida, como
tratando de autoconvencerse: no lo logró, e inmediatamente después, como una
niña, se metió bajo la sábana y empezó a llorar. Me contó su vida, las cosas
que le habían pasado, lo que había hecho, lo que había luchado (doy fé de que
ha sido una persona valiente). Me contó que era la cuarta-“y última”- vez que tenía un cáncer. Que no tenía familia en España más
que sus hijos y su marido…que no tenía a quien llamar porque estaban trabajando
y ella estaba ahí…sola, sin nadie que la visitara, sin nadie que le hablase,
sin nadie que se preocupase por sus ganas de llorar. Me contó tantas cosas…y tantas cosas que tenía aun por hacer…
Dolores se sentía sola y en todo el
tiempo que estuvimos ahí no supimos suplir su falta. Hay quien diría que por
incompetencia del sistema, yo creo que fue incompetencia nuestra, que la veíamos
día a día y no veíamos sus necesidades, sino que achacábamos su comportamiento
a un carácter fuerte.
Muchas otras cosas sucedieron en esa
habitación con las que no estoy de acuerdo-con el comportamiento de otros
profesionales, quiero decir- y más tarde descubrí que ambas mujeres tenían la
misma Doctora. Me gustaría saber cómo mierda da las noticias esa mujer, y cómo
carajo se explica tan mal que dos de sus pacientes han preferido preguntarle a
una estudiante de mierda de enfermería, a volverle a preguntar a ella. No lo
entiendo.
La verdad es que desde que pasó todo
eso…veo las cosas con una perspectiva diferente, entiendo los errores que hice
al juzgar a una paciente por su comportamiento, sin buscarle si quiera un
porqué. Recuerdo a muchos pacientes con cariño, pero de ellas dos no me voy a
olvidar, de sus voces quebradas, de su corazón roto, de sus sensaciones de
haber sido olvidadas. De la manera de afrontarlo de una y de la búsqueda en el
afrontamiento de la otra. Muchas noches pienso en ellas y veo que cualquier día
podríamos estar en su pellejo. Se me ponen los pelos de punta el pensar que se
puede matar a una persona que aun está viva, diciéndole el tiempo de vida aproximado
que le queda. No sé ni qué pensar con respecto a todo esto… ni si quiera sé qué
opinar porque a cada segundo cambio mi forma de pensar. Espero, que allá donde
estén estén bien, espero que Esperanza no haya perdido su fuerza, y que Dolores
la haya encontrado en alguna parte, aunque, para qué mentir, lo que realmente
espero sin esperanza cada día es que sigan vivas, enteras y felices.
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